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Para algunas personas la vida cristiana es una cuestión de rutina, y el llamado de Cristo es una especie de convocatoria a lo “casting”. Como resultado, el cristianismo se limita a una serie de actos y rituales (como ir a la iglesia los domingos) o a un conjunto de “roles” en los que hay que representar los “papeles” de las diversas modalidades del culto. Entonces, mientras unos hacen el papel de oyentes fieles, otros hacen de pastores, otros de maestros y así juntos representan la comedia dominical.
El problema con ese concepto es que el crecimiento toca techo pronto. Un día te das cuenta que eres el primero en llegar a la iglesia, que te has leído toda la Biblia, que te sabes todas las canciones, que has ocupado todos los cargos eclesiásticos, que no frecuentas lugares de dudosa reputación y que no fumas ni bebes y que, lamentablemente, eso es todo.
La comedia de los domingos, en verdad, es un drama. Un hombre que representa un papel sabe perfectamente que solamente se trata de una representación. Lo mismo debería ocurrir con estos “cristianos” de teatro; el drama está en que, en la mayoría de los casos, ellos mismos buscan convencerse de que no hay nada malo en su supuesto cristianismo. Sin embargo, hay algunos, que en el fondo de sí, saben que lo que ellos llaman “vida cristiana” no es otra cosa que mera rutina: vacía, sin ningún significado aparte de buscar justicia fundada en su propia aparente piedad. Intuyen que no van a ningún lado, que han estado construyendo sobre capas de mentira; que “ofrecen libertad, siendo ellos mismos esclavos”.
Un líder cristiano atrapado en la rutina solamente puede hacer de aquellos que lo siguen seres atrapados en la rutina. No es extraño que más de una vez haya escuchado a algún maestro decir en la iglesia “no me mires a mí, sino al Señor”; conciente de que su vida no tiene nada que ofrecer sino la hipócrita piedad de las apariencias. Por el contrario, el apóstol Pablo decía:
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo alcanzado. Pero una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está por delante, prosigo a la meta hacia el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (…)
“Hermanos, sed imitadores de mí y prestad atención a los que así se conducen…”
Filipenses 3:13, 14,17
Pablo era un cristiano “antiguo” cuando escribió esta carta, pero no se ve en ella trazas de rutina. Él, con todo el conocimiento que tenía, seguía creciendo, seguía avanzando, todavía podía ver un horizonte hacia donde extenderse. Sin importar cuantos años un hombre puede ir a la iglesia, un verdadero cristiano no puede quedarse en la simple rutina porque no puede conformarse a la justicia de las simples obras rituales, un verdadero cristiano debe seguir hacia delante, buscando la justifica que viene de la fe, debe seguir en obediencia a donde Cristo quiera llevarle, debe anhelar “proseguir hacia el premio del supremo llamamiento”, debe anhelar “conocerle a él y el poder de su resurrección, y participar de sus padecimientos, para ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3: 10,11).
Esa es la razón por la que Pablo podía decir “sed imitadores de mí”, en el contexto del pasaje, él se refiere a que él continua caminando en pos de Cristo, así que aun sin ser perfecto (v.12), el apóstol podía ponerse como un modelo a imitar, porque quienes le siguieran a él también se extenderían hacia el mismo horizonte hacia donde él iba: Cristo.
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