“Desde que se inventaron las disculpas, nadie queda mal” – escuché reflexionar una vez. En cierta forma la frase tiene algo de verdad. Es común ver a las personas asumir posturas de irresponsabilidad bajo la protección de las excusas; de estas hay para todas las circunstancias: para llegar tarde al trabajo o a la escuela, para no cumplir con las tareas, para desaprobar los exámenes, y para no ser un verdadero cristiano."Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia pasión es traído y seducido. Entonces la pasión, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte."
Santiago 1:13-15
Una de las modalidades más extendidas en la cultura cristiana, es aquella excusa por la que culpamos a los demás de nuestro propio fracaso. Se culpa, por ejemplo, al diablo de las malas acciones; a los amigos, de las malas palabras; a la iglesia, de la propia y personal hipocresía.
La actitud del cristiano frente a la realidad del pecado es una prueba de su condición real frente a Dios. Más allá de la religión tradicional de la familia, más allá de la confianza que brinda la costumbre dominical, la confesión y el arrepentimiento genuinos han marcado la vida de los verdaderos discípulos.
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