Las palabras “cristianismo” y “cristiano” se han abaratado con el tiempo. Cualquiera puede reclamar para sí la designación de “cristiano” basándose en el hecho de tener una religión familiar, de asistir a la iglesia o de vivir en un país donde predomina la cultura occidental. Sin embargo, nada de esto tiene valor en un sentido espiritual. El pretender ser “cristiano”, el llevar ese “título” religioso, no necesariamente tiene alguna trascendencia práctica en cuanto a integridad moral o espiritual, si notamos que ni Jesús ni los apóstoles se llamaron así.
¿Cuántos pueden testificar sobre sí mismos la condición de “hombres redimidos”? Esto ya es más complicado. He conversado con muchas personas que dicen ser “cristianas” acerca de su situación frente a Dios, acerca del estado de su redención, acerca de la experiencia real y espiritual de su salvación, encontrándome con largos silencios y miradas confusas como única respuesta.
Si tus hábitos y costumbres religiosas te sirven para convencerte de llevar el sobrenombre de “cristiano” pero no te alcanzan para situarte dentro de la convicción, responsabilidad y coherencia de ser un verdaderamente un “hombre redimido” y salvado por Cristo, entonces tu cristianismo es una ilusión vulgar; una esperanza de papel una higuera verde y frondosa, pero sin fruto.
Jesús dijo:
“De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”
Juan 3: 3
Roberto Pável
Jáuregui Zavaleta
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