viernes, 19 de octubre de 2007

“Y cuando aún estaba lejos lo vio su padre y corrió, se echó sobre su cuello y le besó” (Lucas 15: 20)



“Te voy a extrañar harto”. Decido comenzar con esta frase por que fue exactamente eso lo que una niña de cuatro años me dijo al enterarse que no iría a dictar clase a su salón por dos días seguidos. Como pocas personas saben, soy profesora eventual en un jardín y a pesar de que recién llevo un mes, siento como si ese fuese mi lugar.

Tal situación me hizo pensar mucho, ya que al escuchar la sentencia de aquella niña, medité en como se sentiría Jesús al ver a uno de sus hijos alejarse. Dios nos dio libre albedrío, es por eso que podemos hacer lo que mejor nos parezca, sea bueno o malo, ya sea que nos vayamos de su lado por un tiempo, a Jesús solo le queda por decir “Te voy a extrañar harto”. Él puede aconsejarnos y decirnos que es lo mejor para nosotros pero si aún así decidimos separarnos de él, no nos puede obligar a quedarnos. Que triste debe ser para Dios, el hecho de ver que uno de sus hijos se aleja del hogar - a pesar que sabe que tarde o temprano volverá – es muy doloroso el vernos sufrir siguiendo caminos que para nosotros son buenos pero cuyos finales son de muerte.

Aquella niña tenía la plena seguridad de mi regreso y aún diciendo lo que fuere yo no me iba a quedar con ella. Por tal razón, sólo le quedó despedirse y esperar mi regreso ya que no podía retenerme más con ella.Lo mismo sucede con Jesús, con inmenso dolor espera nuestro regreso ya que no puede hacer más por retenernos a su lado y aunque luego terminemos sufriendo, nos deja ir. Sin embargo, cuando volvemos, nos recibe con los brazos abiertos y ¡Hasta hace fiesta! ¿Nos es misericordioso nuestro Dios? ¿No lo hace eso digno de toda nuestra alabanza y amor?




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